
Pasando al país vecino por la frontera de Villanueva del Fresno, llegas a Reguengos de Monsaraz en un plis-plás, pero como nosotros pretendíamos, y digo pretendíamos, visitar la presa de Alqueva, cogimos ruta por Encinasola y Barrancos pasando por Amaraleia.

Fué una pena que la insistente niebla no nos dejara hacer la primera parte de este estupendo viaje a Portugal.
Así que, desistiendo de visitar la presa, continuamos viaje hacia Reguengos de Monsaraz.

Portugal me conquista cada vez más con su historia, su patrimonio y su belleza.
Reguengos se situa en una región predominantemente agrícola, lo que condiciona los modos de vida ligados a una agricultura esencialmente extensiva, olivarera y vinícola.

La presa no pudimos visitarla, pero disfrutamos de unas maravillosas vistas de ese "mar interior" llamado ALQUEVA.
Su historia es bien conocida. Un proyecto faraónico (contruir en el Alentejo el mayor embalse de Europa) pensado hace medio siglo, en una época en la que inagurar pantanos era uno de los principales eventos de la "agenda política". Un proyecto que pretendía cambiar el paisaje y el modo de vida de las gentes del bajo y medio Alentejo, acostumbradas a las sequías.
Y el oasis apareció. Poco a poco, en los últimos años el embalse ha ido llenándose y ganando espacio al secano.
Cien kilómetros de lago que han cambiado radicalmente el paisaje, elevando el bellísimo enclave de Monsaraz no ya sobre las dehesas y planicies alentejanas, sino sobre un mar de agua dulce poblado de islotes de encinas.
¡PAISAJE INSOSPECHADO Y ESPECTACULAR!

La excursión terminó en Monsaraz, pueblo de cal y pizarra donde el tiempo parece haberse parado.
Entre tiendas de artesanía local y antiguedades es agradable y hermoso pasear por sus calles y pararte a admirar los bellos rincones con los que cuenta.
Además de todo el patrimonio histórico, arquitectónico y social, Monsaraz está rodeada de un paisaje maravilloso y desde lo alto de su castillo es posible observarlo en todo su explendor.
Regresamos a España con las retinas saturadas de contemplar cosas bonitas y un agradable recuerdo de estas tierras, pues compramos varias botellas de buen vino, licor de almendras amargas y un precioso poncho de pura lana que pienso lucir cuando lleguen los días fríos del invierno.